En cierta ocasión, hace ya mucho tiempo, vi un fantasma. Y luego, cuatro años después, vi otro. El primer fantasma era amable, incluso olía bien. A nardos. Era el espíritu de Beatriz Obregón; gracias a ella encontré las Lágrimas de Shiva, un fabuloso collar que había estado perdido durante setenta años. El segundo fantasma fue mucho menos amable.